Cuento de la liebre y la Tortuga

Érase una vez una liebre muy orgullosa. Se consideraba a sí misma la mejor liebre del mundo. Se enorgullecía de lo rápido que podía correr. Sus patas traseras eran muy fuertes y hacían que pudiera correr como el viento. Nunca dejaba escapar la oportunidad de demostrar su habilidad a sus amigos y de recordarles lo rápido que podía correr.

Un día fanfarroneaba ante sus amistades, mostrándoles lo rápido que podía correr. Mientras corría, saltó sobre su caparazón que había en mitad del camino. Del caparazón salieron lentamente una cabeza y unas patitas y el caparazón empezó a avanzar por el camino. La liebre se dio cuenta de que era una tortuga la que se arrastraba con lentitud por aquel camino.

«Qué criatura tan lenta eres – dijo la liebre a la tortuga-. Eres tan lenta… No sé ni por qué te molestas en moverte». La liebre reía de la broma que ella misma había hecho sobre la tortuga.

Con toda tranquilidad, la tortuga miró a la liebre y dijo: «Cada animal se mueve a su propio ritmo. Quizá avanzo lentamente, pero llego a donde quiero ir. De hecho, podría llegar allí antes que tú, aunque tú seas más rápida».

La liebre pensó que era divertido. No podía parar de reir ante la idea de una tortuga que pretendía ser más rápida que ella. «Qué tontería – dijo la liebre-. ¿Cómo podrías ser más rápida que yo? Yo puedo correr a la velocidad del viento y tú te arrastras tan lentamente que es difícil percibir que te estés moviendo. ¿Más rápida que yo? Me gustaría verlo».

Así que la liebre retó a la tortuga a una carrera para poder ver cuál de las dos era realmente la más rápida. Fijaron la carrera para el día siguiente. Todos fueron a ver la carrera entre la liebre veloz y la lenta tortuga.

El zorro inició la cuenta atrás para el inicio de la carrera: «Cinco, cuatro, tres, dos, uno…¡cero!». La liebre dio un salto y desapareció de la vista de todos. La tortuga levantaba con lentitud una patita después de otra sin dejar de apartar la vista del camino sinuoso que tenía frente a ella. La liebre avanzaba a toda velocidad por el camino. Cada vez que veía a la muchedumbre observando la carrera a ambos lados del camino, se daba la vuelta y les lanzaba un saludo con la mano. Quería que supieran lo rápido que podía correr. Mucho más atrás, en la lejanía, se veía a la tortuga levantando con lentitud una patita después de otra, sin dejar de apartar la vista del camino que tenía frente a ella.

En poco tiempo, la liebre veloz llegó a una señal que había en el camino. La señal indicaba que ya había corrido la mitad de la distancia de la carrera. A la tortuga, ni se la veía.

La liebre pensó: «Le llevo tanta ventaja y esa tortuga es tan lenta que seguro que está a muchos kilómetros detrás de mí. Falta mucho tiempo para que esa tortuga calmosa llegue hasta quí. Creo que me voy a tumbar un rato a descansar bajo el calor del sol. Tendré tiempo de sobra para ganar la carrera cuando me despierte.

Entretanto, mucho más atrás, la tortuga no se detenía, seguía arrastrándose y avanzando con lentitud por el camino. Con mucha decisión, movía primero una patita y después la otra, sin apartar la vista del camino en ningún momento. El día pasaba y la liebre seguía durmiendo. La tortuga, lenta pero constante, seguía avanzando. No paraba a descansar. Se movía lentamente por el camino. Finalmente la tortuga, lenta pero constante, adelantó a la liebre que seguía durmiendo a un lado del camino. La liebre estaba durmiendo tan profundamente que no oyó cómo le adelantaba la tortuga. Cuando al fin la liebre se despertó de su larga siesta, miró hacia atrás para saber adónde estaba la tortuga. No la vio y se dijo: «Esa tortuga es más lenta de lo que pensaba. No llegará a la meta hasta pasada medianoche».

La liebre estiró las patas y regresó al camino para continuar con la carrera. Avanzó a toda velocidad por el camino y por la colina. Entonces vio la imagen más asombrosa que podía imaginar: en la meta final estaba la tortuga. Cuando la tortuga rompió la cinta de la meta, la multitud la aclamó con alegría y la declararon ganadora oficial de la carrera. A la liebre le faltaba la respiración y la tortuga sonreía. «¿Cómo, cuándo, dónde?», balbuceaba la liebre.

La tortuga le dijo: «Te adelanté mientras dormías. Quizás soy lenta, pero no aparto la vista del objetivo. Siendo lenta pero constante, gané la carrera».

Moraleja: No apartes la vista del objetivo y sigue adelante.

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