Érase una vez una ciudad grande y reluciente que rebosaba de gente, coches, taxis y autobuses. En la ciudad vivía un ratón, el Ratón de Ciudad. Había vivido en pequeños apartamentos, en grandes edificios de viviendas y en enormes rascacielos, pero siempre en la ciudad. En la actualidad vivía en un ático, en un lujoso ático con vistas a un famoso parque desde una de las ventanas, y a una concurrida esquina desde otra.
Cada tarde al ponerse el sol, el Ratón de Ciudad se sentaba ante la ventana para contemplar cómo el crepúsculo descendía sobre el hermoso parque de abajo. Deseaba tener a alguien, quién fuera, para compartir con él ese momento, pero no tenía a nadie con quien poder comentar los colores de la puesta de sol.
No había nadie a su alrededor a quien le pudiera contar cómo le había ido el día o que le ayudara a planificar qué hacer al día siguiente. El Ratón de Ciudad era un ratón muy solitario.
Al Ratón de Ciudad le gustaba mucho el queso, especialmente el queso que venía cortado en pequeñas porciones envueltas en hojitas de papel. Pero cuando roía y roía el queso, no tenía a nadie cerca con quien poder comentar su sabor o con quien poder discutir sobre cuál era el mejor queso. Una de esas porciones de queso provenía de Francia; tenía un dibujo de <?xml:namespace prefix = st1>la Torre Eiffel en la parte delantera del envoltorio. El Ratón de Ciudad roía el queso mientras miraba fijamente el tráfico de la calle. Los coches corrían velozmente y los taxis doblaban la esquina con rapidez. Uno de los taxis se saltó un semáforo en rojo y por poco atropella a un gato que cruzaba la calle. Al Ratón de Ciudad incluso le supo mal por el gato. El Ratón de Ciudad era un ratón muy solidario.
Un día, el Ratón de Ciudad volvía de compras y se sentía completamente exhausto. Se había pasado tratando de llegar a las mejores tiendas de la ciudad. Había tenido que ir esquivando veloces automóviles y autobuses enormes. Se sentía tan aliviado de haber llegado finalmente a su ático y de haberse librado del tráfico que, una vez dentro, soltó todos los paquetes en mitad del suelo, sin tan siquiera desenvolverlos. No tenía a nadie a quien mostrar todas las cosas que había comprado. El Ratón de Ciudad era un ratón muy solitario.
Justo en ese momento el portero trajo una carta muy especial para el Ratón de Ciudad. Se trataba de una invitación que decía, «Ven a la reunión familiar que tendrá lugar en un pequeño pueblo del norte. Todos tus primos de lo largo y ancho del país estarán allí para participar en un picnic que se hará en el prado. Por favor, ven.» El Ratón de Ciudad pensó en todos sus primos y decidió que debía acudir. |
Entretanto, el Ratón de Capo, que vivía en un pueblecito, estaba sentado ene le porche trasero de su casa, mirando hacia el predo. Su porche trasero era un lugar perfecto para sentarse a contemplar la puesta de sol. Los últimos rayos de sol brillaban al descender sobre los dorados pastos y centelleaban mientras el sol se escondía detrás de la pequeña colina.
En el pueblecito todos decían que el mejor sitio para contemplar la puesta de sol lo tenía el Ratón de Campo. Todos los días, los ratones del vecindario recorrían de arriba a abajo la única calle del pueblo para ir a sentarse en el porche trasero de la casa del Ratón de Campo. Contemplaban la puesta de sol y charlaban sobre lo que había sucedido en el parque de bomberos, en la escuela, en la iglesia y en la tienda de artesanos del requesón. El Ratón de Campo, no podía disfrutar de la agradable puesta de sol con todos aquellos ratones charlatanes. Un día entró en su casa, se tapó los oídos con las patas y dijo: «No puedo aguantar más. Estoy cansado de tener cada día a toda esta gente en mi casa». El Ratón de Campo era un ratón frustrado.
El Ratón de Campo ansiaba comer quesos sabrosos. En lugar de queso, tenía requesón con tomate, requesón con calabacín, requesón con judías verdes y requesón con maíz.
Pensó en todos los quesos sabrosos que había en el mundo. Recordó que una vez había visto una porción de queso envuelta en un papel que tenía el dibujo de la Torre Eiffel y se dijo: «Estoy cansado de comer requesón cada día». El Ratón de Campo era un ratón frastrado.
Ya estaba a punto de echar a us charlatanes vecinos para poder disfrutar en paz de los últimos rayos del crepúsculo, cuando de repente se oyó: «Flap, flap, flap». Todo el mundo echó a correr, desde el porche trasero y en todas direcciones, hacia sus hogares. El Ratón de Campo conocía ese sonido, era el sonido del batir de las alas de un gran búho descendiendo súbitamente por la esquina de su casa. El Ratón de Campo se alivió al comprobar que no sólo el búho ya se había ido, sino que además todos sus vecinos ratones también se habían marchado a sus casas. Pero allí, en su porche trasero, estaban todos los pequeños cuencos de requesón que sus vecinos se habían traído para comer mientras contemplaban la puesta de sol en el prado. El Ratón de Campo se dijo: «Estoy cansado de recoger todo este lío cada día». El Ratón de Campo era un ratón frastrado.
Entonces, vio que había una carta tirada en el suelo del porche. Iba dirigida a él. Pensó que se le debía de haber caído a alguien mientras huía del búho. La abrió y la leyó: «Ven a la reunión familiar que tendrá lugar en un pequeño pueblo del norte. Todos tus primos de lo largo y ancho del país estarán allí para participar en un picnic que se hará en el prado. Por favor, ven.» Pensó que no debería de ser muy lejos de allí. Debía de ser en la pradera que había visto justo detrás de su casa. Recordó a su primo de la gran ciudad, a quien había conocido en la última reunión familiar, y pensó que podría pedirle que le hablara sobre los rascacielos y áticos de la ciudad. También quería que el Ratón de Ciudad le hablara de los grandes autobuses y camiones. Quería preguntarle qué sentía al doblar las esquinas montado en un taxi veloz. El Ratón de Campo también quería preguntarle a su primo de la gran ciudad sobre el sabor del queso de la Torre Eiffel.
El día de la reunión, los dos primos ratones compartieron mesa. El Ratón de Ciudad compartió una cesta de quesos de todo el mundo, y el Ratón de Campo compartió un cuenco de requesón y una selección de las mejores verduras de su huerto.
El Ratón de Ciudad habló sobre su vida en la gran ciudad. Dijo que era un ratón muy solitario. El Ratón de Campo no podía creer lo que oía. La gran ciudad sonaba justamente como aquel lugar excitante en el que él siempre había soñado vivir.
Entonces, el Ratón de Campo habló sobre su vida en ese pequeño pueblo. Dijo que estaba muy cansado porque todas las cosas que sucedían en ese pueblecito, que únicamente tenía una calle, eran muy monótonas. El Ratón de Ciudad no podía creer lo que oía. El pueblecito sonaba justamente como aquel lugar tranquilo en el que él siempre había soñado vivir.
El Ratón Sabio y Viejo, que les oyó por casualidad, les dijo: «Si no os gusta cómo es vuestra vida, cambiadla». Y eso hicieron. Intercambiaron sus formas de vida. EL Ratón de Campo se trasladó a la gran ciudad y el Ratón de Ciudad se trasladó al pueblecito.
Y como os podéis imaginar, cada año en la reunión familiar el Ratón de Ciudad y el Ratón de Campo corren el uno hacia el otro, se abrazan y bailan. EL pueblecito es justo el lugar en el que el Ratón de Ciudad siempre había soñado vivir. Ya no se siente solo. Tiene siempre el porche trasero lleno de vecinos charlatanes, comiendo cuencos de requesón con verduras del huerto. No hay ni un solo coche a la vista cuando cruza la calle. Y lo mejor de todo, no hay ni un taxi chirriante, sólo el vuelo del búho decendiendo súbitamente por la esquina de su casa.
El Ratón de Ciudad ya no es un ratón muy solitario; se ha convertido en un Ratón de Campo.
Para el Ratón de Campo, la gran ciudad es precisamente el lugar más excitante para vivir. Es justo el tipo de sitio en el que siempre había soñado vivir. En su ático, desde una de las ventanas tiene vistas a un exhuberante parque, y desde la otra puede contemplar el tráfico de la transitada esquina. Ya no le molestan los vecinos charlatanes mientras disfruta de las vistas. Saborea los quesos de la despensa del ático. Ama el sonido del bullicioso tráfico que nunca se detiene. Y lo mejor de todo, ya no debe soportar la súbita batida de alas del búho, sólo el ocasional chirriar de un taxi doblando la esquina. El Ratón de Campo ha dejado de ser un ratón frustrado. Vive en una ciudad excitante; se ha convertido en un Ratón de Ciudad.
Los dos primos ratones siempre esperan con ilusión a que llegue la reunión familiar anual. Disfrutan escuchando al Ratón sabio y Viejo cuando les dice: «¿Veis?, ya os lo dije: si no os gusta vuestra vida, cambiadla».
En cada reunión familiar, los dos primos ratones charlan sobre lo felices que son viviendo en sus nuevos hogares. Roen el queso con el envoltorio del dibujo de la Torre Eiffel en la parte delantera. Están encantados de haber seguido el consejo del Ratón Sabio y Viejo.
Moraleja: No puedes saber si te gusta algo hasta que lo intentas.