Érase una vez un niño muy muy pequeño, tan pequeño que podría caber en la palma de la mano. Un niño que no era más grande que el botón de una camisa o que la cabeza de un alfiler.Que era tan pequeño como…..¡un garbanzo!
¿A qué parece increíble? Pues yo os aseguro que ese niño existió hace mucho tiempo y en un país muy lejano.
Su nombre era Garbancito.Garbancito era un niño muy alegre y un poco travieso.Como era tan chiquitito, Garbancito, después de hacer alguna travesura, se escondía en lugares donde sus padres no pudieran encontrarle, como dentro de un jarrón, de una caja de cerillas o en el bolsillo de un pantalón.- ¡Garbancito, Garbancito! – le llamaban sus padres mientras le buscaban por toda la casa.Y Garbancito, en su escondite, oía las voces de sus papás y se moría de risa.Pero no creáis que Garbancito era un niño desobediente- De ninguna manera. Garbancito siempre estaba dispuesto a ayudar a sus papás. Sobre todo cuando había que hacer algún recado.Lo que pasa es que, como era tan pequeño, sus padres temían que le sucediese algo malo. Y por eso nunca le dejaban salir solo a la calle.Un día, su madre estaba cocinando un guiso. Pero cuando fue a echar azafrán a la olla se dio cuenta de que no tenía.Y Garbancito, que era más listo que el hambre, le preguntó a su mamá si podía ir a comprar el azafrán a la tienda de ultramarinos.
– No, Garbancito – le respondió su madre -. Eres tan pequeño que la gente no te verá y te pisará. Iré yo.Garbancito empezó a llorar.- ¡Por favor, por favor, mamá! ¡Déjame ir! ¡Iré cantando por la calle y así la gente me oirá aunque no me vea!- He dicho que no. Iré y punto – le dijo la madre un poco enfadada.Pero Garbancito lloró y lloró. Gimoteó y pataleó. Incluso gritó- Y tanto lloró, gimoteó, grtó y pataleó que, al final, la mdre le dijo:- Vale, de acuerdo. Tomo un céntimo y ve a comprar el azafrán. Pero ¡ten mucho cuidado!
Y Garbancito, más contento que unas castañuelas, cogió la moneda y se fue a la tienda.Por la calle iba cantando en voz alta:- ¡Pachín, pachán, pachón, mucho cuidado con lo que hacéis…Pachín, pachán, pachón, a Garbancito no piséis!Garbancito llegó a la tienda de ultramarinos después de andar un buen rato.- Por favor, señor. ¡Quiero comprar un céntimo de azafrán! ¡Un céntimo de azafrán! – se puso a gritar Garbancito al tendero.Pero el tendero, por más que miraba y remiraba, no veía a nadie.»Qué extraño», pensó el hombre. «¿De dónde vendrán esas voces?»– ¡Aquí, aquí! – saltaba Garbancito con la moneda en la mano.Al tendero se le ocurrió entonces mirar al suelo y vió…¡una moneda que gritaba y saltaba!El hombre no salía de su asombro.»Cómo es posible que un céntimo pueda hacer estas cosas!, se preguntó mientras se rascaba la cabeza.Pero Garbancito, que como ya hemos dicho antes era listísimo, leyó el pensamiento del hombre y, agitando la moneda, gritó:- Aquí, aquí! ¡No soy una moneda, soy un niño y quiero comprar una bolsita de azafrán!
Por fin, el hombre se agachó y recogió a Garbancito del suelo. Y, mientras le dejaba suavemente en el mostrador, le dijo:- ¡Está bien, está bien! Espera aquí un momento. Ahora mismo te doy la bolsita de azafrán.En un santiamén, el tendero trajo el azafrán. Garbancito cogió la bolsita, le pagó el céntimo al tendero y, más contento que unas castañuelas, salió de la tienda cantando.
– ¡Pachín, pachán, pachón, mucho cuidado con lo que hacéis…Pachín, pachán, pachón, a Garbancito no piséis!Al oír aquella canción, la gente que pasaba por la calle se volvía para ver quién cantaba. Pero lo único que veían era…¡una bolsita de azafrán que andaba y cantaba!Imaginaos la cara de sorpresa que ponía todo el mundo. Creían que era magia.Lo que no sabían es que, sosteniendo la bolsita, caminaba Garbancito, el niño más pequeño del mundo.Cuando Garbancito llegó a su casa con la bolsita en la mano, su madre se puso muy contenta. Y su padre, que acababa de llegar del trabajo le dijo:- Garbancito, como has sido muy responsable y has hecho muy bienel recado que te ha pedido mamá, mañana me acompañarás al campo y me ayudarás a guiar al caballo.- ¡Gracias, papá!, le gritó Garbancito mientras botaba de alegría.Al día siguiente, muy temprano, Garbancito y su padre salieron de casa. El niño se acomodó sobre una de las orejas del animal y comenzó a darle órdenes:- ¡A la derecha, caballito! Eso es…, ¡muy bien! Ahora recto, sigue recto sin dejar el camino…El padre, que tiraba de las riendas del caballo, sonreía cada vez que su hijo abría la boca.»Desde luego, este Garbancito es más listo que el hambre», pensaba.Por fin llegaron al campo.Mientras el padre recogía lechugas y tomates en un huerto para luego venderlos en el mercado, Garbancito bajó del caballo y decidió dar un paseo.»Estirar las piernas me vendrá bien», pensó el niño.Y camina que caminarás, Garbancito llegó a un prado de coles.De pronto, empezó a llover a cántaros.A Garbancito se le ocurrió meterse debajo de una col para protegerse de la lluvia.Pero un buey que pasaba por allí vio aquella col y se la comió con Garbancito incluido.»¡Qué mala suerte la mía!», pensó el niño diminuto mientras caía al fondo de la panza del buey. «Hay miles de coles en este prado y a este buey sólo se le ocurre comerse la col que me servía de refugio»
Mientras, el padre de Garbancito empezó a preocuparse al ver que el niño no regresaba de su paseo. Pasó una hora y otra, y otra, y Garbancito no aparecía.Entonces, llegó la madre muy preocupada porque su marido y su hijito tardaban más de la cuenta. Y cuando el hombre le explicó la razón del retraso, los dos comenzaron a buscar a Garbancito por todo el bosque:-¡Garbancito, Garbancito…! ¿Dónde estás? – voceaban deseperados.Pero Garbancito no respondía.No se sabe cuánto tiempo pasaron los padres buscando a Garbancito. Horas y horas. Quizá días.Pero cuando ya creían que le habían perdido para siempre, el hombre y la mujer llegaron a un prado de coles donde pastaba tranquilamente un buey.- ¡Garbancito, Garbancito…! ¿Dónde estás? – llamaron otra vez aquellos padres deseperados.Al oír las voces, Garbancito respondió:- ¡Estoy aquí, en la panza del buey, donde ni llueve ni nieva!Muy contentos, los padres adonde estaba el buey y empezaron a hacerle cosquillas en la nariz. Entonces, el animal dio un gran estornudo y… ¡ Garbancito salió volando or su boca!Garbancito se puso muy contento al ver a sus papás.Y después de despedirse del buey, los tres emprendieron el camino de regreso a casa cantando la canción que ya conocéis:
– ¡Pachín, pachán, pachón, mucho cuidado con lo que hacéis…Pachín, pachán, pachón, a Garbancito no piséis!Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.