Cuento para niños el Ruiseñor

Érase una vez un imperio real en el que vivía su graciosa majestad. Tenía un suntuoso palacio, con preciosos jardines que se extendían hasta tan lejos como la vista podía alcanzar. Cientos de jardineros cuidaban las hermosas flores, los árboles florecientes y las cristalinas aguas de los estanques. Los jardines eran tan enormes que se extendían a través de tres praderas, hasta llegar al mar.

Allí, en la playa, un modesto pescador recogía su barca. Uno de los grandes placeres del modesto pescador era escuchar la preciosa melodía de la canción del ruiseñor. El ruiseñor vivía en un gran árbol de la tercera pradera.

Cada noche el modesto pescador escuchaba la melodía del ruiseñor, que le traía paz y descanso hasta la llegada del nuevo día, en el que retomaría de nuevo su duro trabajo.

Gente de todas partes acudía al imperio real para disfrutar de los magníficos jardines y visitar los suntuosos palacios. Los huéspedes del Emperador siempre le hacían cumplidos y le decían que su palacio y sus jardines eran los más bellos del mundo.

Cuando los huéspedes regresaban a sus hogares, escribían una carta de agradecimiento por la hospitalidad del Emperador. Uno de los huéspedes escribió: «Lo más bonito de todo su imperio es el canto del ruiseñor».

El Emperador se sorprendió. Él nunca había oído el canto de un ruiseñor. El prado en el que el ruiseñor habitaba se hallaba lejos de palacio, así que nunca había oído de la existencia de un pájaro llamado ruiseñor. El Emperador llamó a la guardia real y les ordenó que encontraran a ese pájaro que cantaba una bonita melodía. Como los guardias nunca se habían aventurado a pasar de las puertas del palacio, tampoco habían escuchado nunca la preciosa melodía del ruiseñor. La guardia real no tenía ni idea de por dónde comenzar la búsqueda del ruiseñor.

Una modesta sirvienta qye estaba fregando los suelos de palacio escuchó la discusión de la guardia sobre la orden que les había dado el Emperador de encontrar un pájaro llamado Ruiseñor. La sirvienta contó a los guardias que ella sí que había oído el canto del ruiseñor. Les dijo: «El canto del ruiseñor es muy dulce. Cada noche, cuando regreso a mi pequeña casita en el prado, le oigo y me siento reconfortada. La preciosa melodía de sus canciones me da paz, me reconforta y así puedo volver al día siguiente para reemprender mi duro trabajo».

Los guardias reales le ordenaron a la modesta sirvienta que les guiara hasta el lugar en el que habitaba el ruiseñor. Siguieron a la sirvienta fuera de palacio, a través de todos los jardines y hasta el final de la primera pradera. En la primera pradera oyeron a una vaca que hacía «muuu, muuu». Le hicieron una reverencia y dijeron: «Hemos encontrado la bonita melodía del ruiseñor». La sirvienta se echó a reír y les dijo que eso no era un ruiseñor, eran tan sólo las vacas del granjero.

Más adelante, cuando cruzaban ya la segunda pradera, los guardias oyeron otro sonido que nunca antes habían escuchado. Se trataba de ranas que croaban en el estanque de la granja. Al oír este nuevo sonido, los guardias reales hicieron otra reverencia y dijeron: «Hemos encontrado la bonita melodía del ruiseñor». La sirvienta se echó a reír otra vez y les dijo que no se trataba del ruiseñor, eran sólo las ranas que vivían a orillas del estanque de la granja.

Empezaba ya a anochecer cuando la sirvienta y la guardia real se adentraron en la tercera pradera, en la que se hallaba el gran árbol. La sirvienta pidió a todos que se quedaran muy quietos y permanecieran en silencio. Así lo hicieron, si bien no les resultó nada fácil, ya que los guardias reales eran también unos reales charlatanes. Cuando finalmente todos estaban ya quietos y en silencio, el ruiseñor empezó a cantar la melodía más preciosa que los guardias nunca antes hubieran podido escuchar.

Todos hicieron una reverencia y exclamaron: «¡Por fin hemos encontrado al ruiseñor!». Le suplicaron que saltara del árbol y el ruiseñor al sentirse reclamado saltó hacia el hombro de la sirvienta.

Los guardias reales se sorprendieron al comprobar que el ruiseñor era simplemente un pájaro de color grisáceo y con pobres alas del mismo color. Esperaban hallar un precioso pájaro multicolor con unas alas tan suaves como la seda.

La sirvienta preguntó al ruiseñor: «¿Querrás regresar con nosotros a palacio y cantar para el Emperador?». El ruiseñor le explicó que él nunca había cantado en un palacio, ya que cantaba mejor al aire libre y en espacios abiertos, pero que lo intentaría. No quería desilusionar a la sirvienta, ya que ella apreciaba su canto. Y así, el ruiseñor gris acompañó a la guardia real y a la sirvienta a través de las tres praderas hasta el palacio real.

Una vez en palacio, los guardias reales, la modesta sirvienta y el ruiseñor acudieron a saludar al Emperador, quién se había ataviado con sus mejores prendas de seda. El Emperador se sentó en el trono real, cuyas joyas centelleaban. Viendo al pequeño pájaro gris, el Emperador se preguntó cómo un ave tan normal podía cantar esa preciosa melodía.

Sin embargo, cuando el ruiseñor empezó a cantar su preciosa melodía, el Emperador se sintió tan emocionado que unas grandes lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y a resbalar hasta su larga barba. Se hallaba rendido de júbilo. Nunca antes había escuchado una melodía tan dulce.

El ruiseñor se sentía complacido al ver que su canto hacía que el Emperador se sintiera tan feliz. Éste ofreció al ruiseñor su dorada zapatilla como nido y una percha de oro para que tuviera un lugar en el que posarse y cantar. El ruiseñor le dijo: «Gracias, gran Emperador».

El ruiseñor se quedó en palacio para cantar para el Emperador y para la modesta sirvienta. Cada noche, cuando el ruiseñor cantaba, la modesta sirvienta se sentía reconfortada. La preciosa melodía del ruiseñor le daba paz y la reconfortaba, así podía regresar al día siguiente para reemprender su duro trabajo.

Unas semanas más tarde, llegó un paquete especial remitido por  uno de los huéspedes que habían visitado el palacio del Emperador. Dentro del paquete había un regalo para el Emperador. Se trataba de un pájaro mecánico que tocaba una preciosa melodía. El pájaro mecánico era de muchos colores y tenía incrustados diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros. En el envoltorio había una carta que decía: «Dadle cuerda y escuchad cómo canta».

Cuando los guardias reales dieron cuerda al bonito pájaro con joyas incrustadas, éste, balanceándose, empezó a cantar. Todo el mundo alabó el invento, maravillados por su canción mecánica y admirados por sus hermosas joyas. El Emperador pidió al ruiseñor que formara un dúo con el pájaro mecánico. El ruiseñor lo intentó, pero cesó al comprobar que sus canciones no podían unirse.

Los guardias reales y el Emperador disfrutaban oyendo la canción del pájaro mecánico. Daban cuerda al objeto una y otra vez y escuchaban la canción sin parar. Mientras jugaban con el pájaro mecánico, el ruiseñor voló a través de la ventana, a lo largo de las extensiones de jardines, a través de las tres praderas y hasta lo alto del gran árbol. Esa noche, el ruiseñor cantó su canción para el modesto pescador. Éste, que había olvidado ya la canción, agradeció al ruiseñor que le cantara su preciosa melodía. Le reconfortaba y le daba paz y descanso para poder regresar al día siguiente a su duro trabajo.

El Emperador echaba de menos por la noche la canción del ruiseñor de verdad, pero el pájaro mecánico con joyas incrustadas era más bonito, y lo podía oír todas las veces que quisiera, simplemente dándole cuerda.

Un día, el pájaro mecánico dejó de cantar. Seguía balanceándose, pero ya no cantaba ninguna canción. Hacía un zumbido, un «clic – clac» y se paraba. Permanecía quieto y silencioso. El Emperador, preocupado, mandó llamar al mecánico real para que arreglara el pájaro. Éste fue capaz de arreglarlo pero le dijo al Emperador que debía ir con cuidado y no hacerlo sonar tan a menudo. Así, una vez al día, a la hora de acostarse, el Emperador daba cuerda al ruiseñor mecánico para oír su canción. Pero su sonido ya no era el mismo que cuando era nuevo y el Emperador no hacía más que recordar al ruiseñor de verdad, cuyo canto era tan bonito y melódico.

Unos meses más tarde, el Emperador se puso muy enfermo. Deseaba tener música para poder descansar. Vio al ruiseñor mecánico junto a su cama y le dio cuerda, pero su canción era ya tan desagradable que no le reconfortó.

La modesta sirvienta, que estaba limpiando los aposentos del Emperador, escuchó que éste necesitaba tener música para poder descansar. Salió del palacio y caminó hasta el gran árbol de la tercera pradera, para decirle al ruiseñor que el Emperador estaba muy enfermo y que tenía un único deseo, tener música para poder descansar. El ruiseñor regresó junto a la sirvienta a palacio, para cantar para el Emperador, que estaba gravemente enfermo.

Cada noche, durante un mes, el ruiseñor cantaba para el Emperador. Su bonita melodía reconfortaba al gran Emperador y le daba paz y descanso para que pudiera sentirse mejor.

El gran Emperador le estaba agradecido al pequeño ruiseñor gris y se sentía culpable por haberse sentido atraído por el pájaro mecánico con joyas incrustadas. El Emperador le dijo: «Tengo que hacer añicos el pájaro mecánico con joyas incrustadas».

Pero el ruiseñor le dijo: «No lo haga, gran Emperador, el pájaro mecánico incrustado de joyas es todavía un bonito objeto, simplemente no puede cantar».

El gran Emperador le preguntó al ruiseñor si quería vivir en palacio y cantar para él cada noche, pero el ruiseñor le contestó: «No, gran Emperador, pero volaré a través de vuestro imperio y un avez al mes volveré para cantaros una canción que cuente lo que está ocurriendo en él. Cantaré sobre los ricos y los pobres, sobre los que se sienten felices y los que son infelices, los que están enfermos y los sanos, y así podréis saber todo lo que está ocurriendo fuera de los muros del palacio. Seré el pequeño pájaro que se sentará sobre vuestro hombro para contaros todo lo que está sucediendo».

«¿Todo? ¿Cualquier cosa? ¿Cualquier cosa? ¿Todo?», preguntó el gran Emperador. «Todo y cualquier cosa», cantó el ruiseñor. La preciosa y melódica canción del ruiseñor reconfortó al gran Emperador y le dio paz y descanso para que pudiera retomar sus funciones.

Y desde ese día el viejo Emperador es el más sabio de todos. ¿Que cómo lo sé? Me lo contó un pequeño pájaro gris de la tercera pradera.

Moraleja: Aprecia a la gente por sus propias habilidades y no hagas caso de las apariencias.

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