Cuento Sopa de Clavo

Érase una vez un vagabundo que andaba por un camino solitario cargando a hombros sus pertenencias envueltas en un pedazo de ropa vieja. Cuando ya era casi de noche, el vagabundo vio al borde del bosque una casita de campo. La casita daba una agradable sensación de calidez al reflejarse en sus ventanas el sol del atardecer.

El vagabundo anduvo hasta la casita y llamó a la puerta. Una viejecita abrió la puerta y dijo frunciendo el ceño: «No me pida comida porque no tengo».

El vagabundo vio el fuego que ardía en la chimenea y le preguntó a la viejecita si podía sentarse cerca de la chimenea para entrar en calor. La viejecita le respondió: «Claro que sí. Supongo que no habrá ningún problema. El fuego arde igual para uno que para dos».

Así que el vagabundodejó su fardo en un rincón y se sentó en un taburete al calor del fuego. Al poco rato su estómago empezó a rugir. Estaba muy hambriento pero la viejecita dijo: «No tengo comida».

El vagabundo cogió un clavo que tenía en el bolsillo y lo sostuvo a la luz de las llamas como si lo admirara. «¿Para qué quiere ese clavo?», preguntó la viejecita.

«Bueno, señora, le parecérá increíble, pero ayer por la noche comí la mejor sopa que nunca he comido, y el ingrediente principal era este clavo».

«¿Sopa de clavo? ¿Sopa de clavo? ¡Eso es ridículo!» La mujer se burlaba de semejante idea, pero sentía mucha curiosidad.

«Sí señora, es verdad. Cocí este clavo en una olla de agua hirviendo y el resultado fue delicioso», le aseguró.

«¿Delicioso? ¿Delicioso? ¿Cómo puede hacer una sopa deliciosa con un clavo? Tengo que ver cómo lo hace», dijo la viejecita mientras iba a buscar una olla para hervir agua.

La viejecita le dio una olla grande al vagabundo, quien la llenó de agua hasta la mitad y la puso en el hornillo a calentar. Después destapó la olla y echó el clavo dentro. Con mucho ceremonial volvió a tapar la olla y regresó a su taburete al lado del fuego.

El vagabundo esperó pacientemente. Cuando oyó que el agua hervía destapó la olla. «Sopa de clavo, deliciosa sopa de clavo. Señora, cuando hice esta sopa ayer por la noche lo único que le faltaba era unpoco de sal y de pimienta; supongo que no tiene sal y pimienta, ¿o sí?. A la sopa que preparé anoche sólo le hacía falta un poco de sal y pimienta para ser perfecta».

«¿Sal y pimienta? Creo que queda un poco de sal y de pimienta en este armario vacío», dijo.

El vagabundo añadió ceremoniosamente la sal y la pimienta dentro del agua que burbujeaba con el clavo. Volvió a tapar la gran olla de sopa y regresó a su tabureta junto al fuego.

La viejecita, intrigada por la sopa de clavo, destapó la olla para mirar en su interior. Justo cuando la mujer destapaba la olla, el vagabundo le preguntó: «Señora, ¿no tendría media cebolla para añadir a la deliciosa sopa de clavo? A la sopa que preparé anoche sólo le hacía falta media cebolla para ser perfecta».

«¿Media cebolla? Creo que queda media cebolla en este armario», dijo. Cuando la viejecita abrió la puerta del armario y cogió la cebolla, el vagabundo vio atrás verduras sobre las estanterías del armario, pero hizo ver que no se daba cuenta y dijo: «Sí, esta media cebolla hará que la sopa sea deliciosa». Dejó caer la cebolla dentro de la olla de agua hirviendo con la sal, la pimienta y un clavo reluciente.

Cuando la cebolla se coció y toda la casa de impregnó de su aroma, la viejecita destapó la olla para mirar en su interior. Justo cuando la mujer destapaba la olla, el vagabundo le preguntó: «Señora, ¿no tendría algunas zanahorias para añadir a esta deliciosa sopa de clavo? A la sopa que preparé anoche sólo le hacían falta algunas zanahorias para ser perfecta».

«¿Algunas zanahorias? Creo que quedan algunas zanahorias en este armario», dijo. Mientras la viejecita iba al armario, abría la puerta y cogía las zanahorias, el vagabundo vio otras verduras. De nuevo, hizo ver que no se daba cuenta y dijo: «Sí, estas zanahorias harán que la sopa sea deliciosa».

Dejó caer las zanahorias dentro de la olla hirviendo con media cebolla, sal y pimienta , y un clavo reluciente.

El vagabundo volvió a sentarse en su taburete al lado de la chimenea. La viejecita, que ya empezaba a estar hambrienta, fue a comprobar cómo estaba la sopa. Justo cuando la mujer destapaba la olla, el vagabundo le preguntó: «Señora, ¿no tendría unas patatitas para añadir a esta deliciosa sopa de clavo? A la sopa que preparé anoche sólo le hacían falta algunas patatitas para ser perfecta».

«¿Unas patatitas? Creo que quedan algunas en este armario», dijo. Fue al armario, abrió la puerta, cogió las patatas, las lavó, las troceó y se las llevó al vagabundo. El vagabundo dijo con naturalidad: «Sí, unas patatas harán que la sopa sea deliciosa». Sumergió las patatas en la olla de agua hirviendo con algunas zanahorias, media cebolla, sal y pimienta, y un clavo reluciente.

El vagabundo volvió a su taburete al lado de la chimenea. Para entonces la viejecita ya tenía un hambre feroz. Fue a comprobar cómo estaba la sopa. Justo cuando la mujer destapaba la olla, el vagabundo le preguntó: «Señora, ¿no tendría una col, aunque sólo sea una col pequeña para añadir a esta deliciosa sopa de clavo? A la sopa que preparé anoche sólo le hacía falta una col para ser perfecta».

«¿Una col pequeña? Creo que queda una pequeña col en este armario», dijo. Fue al armario, abrió la puerta, cogió una col que tenía en un rincón y se la llevó al vagabundo. El vagabundo dijo con naturalidad:´»Sí, una pequeña col hará que la sopa sea deliciosa». Mondó la col y la echó en la olla de agua hirviendo con las patatas, algunas zanahorias, media cebolla, sal y pimienta, y un clavo reluciente.

El vagabundo volvió a su taburete al lado de la chimenea. Para entonces la sopa ya estaba hirviendo completamente y en ella se cocían deliciosas verduras. El vagabundo sugirió a la viejecita que removiera la sopa y oliera su delicioso aroma. Aunque la viejecita estuvo de acuerdo en que la sopa desprendía un delicioso aroma, dijo: «Sólo necesitaríamos añadirle un poco de carne para que salga perfecta».

La viejecita cogió un poco de rosbif que tenía cocinado, lo cortó en pequeños trozos y dijo: «Sí, un poco de rosbif hará que la sopa sea perfecta». Echó el rosbif en la olla de agua hirviendo con la col, las patatas, algunas zanahorias, media cebolla, sal y pimienta, y un clavo reluciente.

La viejecita y el vagabundo volvieron a sentarse al calor del fuego. Al poco rato, la viejecita preguntó: «¿Comemos? Parece que la sopa ya está lista». El vagabundo miró a su alrededor y vio un precioso mantel que la señora había bordado y al que le estaba dando algunas puntadas finales, un candelabro sobre la repisa de la chimenea y dos cuencos preciososque estaban sobre la estantería.

«Señora-dijo-, con el exquisito rosbif que ha añadido, esta deliciosa sopa es propia de un rey y una reina. ¿Ponemos, pues, una mesa propia de la realeza?».

Con una sonrisa en la cara, la viejecita colocó el precioso mantel en la tosca mesa de la cocina, cogió el candelabro de la repisa de la chimenea, y de un cajón sacó unas preciosas cucharas de plata. Cogió los dos preciosos cuencos que estaban sobre una estantería y los llenó de la deliciosa sopa que habían preparado.

El vagabundo contempló la disposición de la mesa propia de un rey y una reina, y dijo: «Señora, la sopa que preparé anoche habría sido perfecta si hubiera tenido una barra de pan para acompañarla».

«¿Una barra de pan? Puedo mirar en la bolsa del pan a ver si queda un mendrugo». Fue a la bolsa del pan y la obrió. Allí encontró una barra de pan que tenía tan buen aspecto que parecía del día.

El vagabundo juntó ambas manos y afirmó: «Querida señora, será todo un honor compartir mi deliciosa sopa de clavo con usted».

Se sentaron en la encantadora mesa que habían preparado, comieron la deliciosa sopa de clavo y hablaron de los muchos viajes que el vagabundo había hecho ppor todo el país. Aunque fue una noche muy agradable, la viejecita, que ya había entrado en calor con la sopa y que estaba cansada de haber estado arreglando el jardín, decidió que ya era hora de dormir e invitó al vagabundo a quedarse a dormir frente al calor de la chimenea.

A la mañana siguiente comieron otro plato de sopa para desayunar. La viejecita dijo: «No recuerdo haber disfrutado nunca de una cena tan agradable, ni haber comido nunca un plato de sopa mejor que el de anoche».

Cuando el vagabundo ya se levantaba para irse, la viejecita le dijo: «Gracias por enseñarme cómo se hace una sopa de clavo».

«No, no, gracias a usted- dijo el vagabundo-, ¡fue todo lo que usted le añadió lo que hizo que saliera tan buena!».

Mientras el vagabundo se fue caminando por la carretera y silbando. Sólo paró un momento y se metió la mano en el bolsillo para asegurarse de que el clavo todavía estaba allí.

Moraleja: Comparte lo que tengas y disfruta de la compañía de los demás.

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