El hijo del Rey se cayó de la cuna cuando aún no sabía andar y un enano lo tomó en el aire. Los Reyes, muy agradecidos, le dijeron que pidiese lo que más quisiera, que se lo darían.
– Quiero que vuestro hijo sea mi criado al cumplir tres años. Eso dijo el enano, y los Reyes se pusieron muy tristes. – Os perdonaré la imprudente promesa si adivináis mi nombre – dijo el enano al verles tan compungidos-.
Ya veis que soy bueno.Entonces los Reyes mandaron hacer una lista con todos los nombres conocidos, pero el enano no se llamaba de ninguna de aquelllas maneras, y así se lo decía. Un día antes de que se acabara el plazo que el enano había dado, iba por el bosque un caballero muy fiel cuando oyó cantar junto a una hoguera:»¡El hijo del Rey será mío al fin, pues nadie sabe que me llamo Tribilitín!»Fue corriendo a Palacio y le dijo a los Reyes lo que había oído y se pusieron contentísimos.
Cuando llegó el enano, le dijeron: «¡Te llamas Tribilitín!»E enano dio un salto de la rabia y se lo tragó la tierra.
¡Y desde entonces nadie volvió a molestarles!