El guante perdido

Érase una vez una abuela y su nieto que vivían juntos en una casita junto a los grandes bosques. Una fría mañana de invierno, la abuela dijo: «Nieto, por favor, vete a buscar algunas astillas para el fuego, para que pueda preparar unas gachas».

El niño, que era un chico obediente, se vistió con su cálido traje de invierno para la nieve. Se puso las botas forradas de piel, una cálida bufanda alrededor del cuello y se tapó las orejas con un cálido gorro. Entonces se puso sus guantes.

Los guantes se los había hecho su abuela. Los había tejido, forrado de piel y les pegó diminutos abalorios en el exterior. Al niño le encantaban sus bonitos guantes.

Se proponía llenar el trineo con las astillas que recogería en el bosque. Incluso con los aullidos del viento, los remolinos de nieve y el cielo gris, le gustaba pasear por los bosques.

La capa de nieve era tan espesa que era difícil encontrar pequeños trozos de rama, o hallar el lugar en el que el leñador a menudo dejaba pedazos de madera. El chico tiraba de su trineo, buscando las astillas y adentrándose cada vez más en el bosque. Iba poniendo sobre su pequeño trineo cada uno de los pedazos de madera que iba encontrando.

Una de las veces en las que el niño se paró para recoger un trozo de astilla, vio un bonito carámbano colgando de la rama de un majestuoso árbol de hoja perenne. El niño se quitó uno de los guantes y lo dejó cuidadosamente sobre el trineo. Tocó el carámbano y unas gotas de agua se fundieron en su mano.

El carámbano relucía sobre su mano. Justo un poco más adelante, se encontró con el lugar en el que el leñador había estado trabajando. Seguro que encontraría algunas astillas allí. Corrió tirando de su trineo, sin darse cuenta de que su bonito guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior, había caído del trineo precipitándose sobre la nieve.

Cuando el niño llegó al claro, recogió todas las pequeñas astillas que el leñador había dejado atrás. Estaba tan atareado que no se dio cuenta de que había perdido su guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior.

Cuando ya tenía cargado el trineo, inició al camino de regreso a casa. Sentía frío en la mano izquierda. Se paró para recoger el guante del trineo, pero no lo encontró.

Miró debajo de cada uno de los trozos de madera que había ido poniendo en el trineo, pero no logró encontrar su bonito guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior.

El niño buscó el bonito guante por todas partes. El viento seguía soplando y la nieve que caía dificultaba la visibilidad. No podía ni ver las huellas que el trineo había dejado en la nieve. Apesadumbrado, comprendió que no podría encontrar el bonito guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior.

Así que el niño se puso la mano fría en el bolsillo y emprendió el camino de regreso a casa. Debido a los remolinos de nieve y a la búsqueda del guante, se había ido apartando del sendero y ya no sabía cuál era el camino de vuelta a casa. Tenía frío y a cada momento que pasaba sentía más temor. Entonces recordó uno de los consejos que el leñador le había dado: seguir la hilera que formaban los árboles de hoja perenne que se hallaban alineados a lo largo del sendero. El niño buscó hasta que encontró los árboles de hoja perenne y emprendió su camino de vuelta hacia la casita que se encontraba junto a los grandes bosques.

Mientras, su bonito guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior, permanecía sobre la nieve. Parece que el chico no era el único que tenía frío aquella mañana. El Ratón de Campo, que había estado buscando semillas secas en el bosque y había cogido mucho frío, divisó el bonito guante peludo con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior. El Ratón de Campo se escurrió hacia dentro del guante y pronto sintió la calidez de su piel. Decidió que se quedaría hasta que acabara la tormenta de nieve, dentro del guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior. Justo en el momento en el que el Ratón de Campo estaba a punto de echar una pequeña siesta, oyó a alguien que desde fuera decía: «Croak, croak, hace mucho frío aquí fuera. Por favor, ¿puedo entrar?».

«¿De quién es esa voz que croa ahí fuera, en el frío?», preguntó el ratón, que había entrado en calor. «Spy yo, <?xml:namespace prefix = st1>la Rana, y tengo mucho frío». El Rtón de Campo, que reconoció la voz de la rana, dijo: «Sí, por supuesto, aquí siempre hay sitio para uno más». Así quela Rana saltó hacia el interior del bonito guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior.

Justo en el momento en que el Ratón de Campo y la Rana estaban a punto de echar una pequeña siesta, oyeron a alguien que desde fuera decía: «Buuu, buuu, hace mucho frío aquí fuera. Por favor, ¿puedo entrar?».

«¿De quién es esa voz que alula ahí fuera, en el frío?», preguntaron el Ratón de Campo y la Rana, que ya habían entrado en calor. «Soy yo, el Búho, y tengo mucho frío». El Ratón de Campo y la Rana, reconociendo la alulante voz del ´Búho, dijeron: «Sí, por supuesto, aquí siempre hay sitio para uno más». Así que el Búho voló hacia el interior del bonito guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior.

Justo en el momento en que el Ratón de Campo, la Rana y el Búho se estaban instalando, intentando hacer sitio para uno más dentro del ajustado espacio, oyeron otra voz. «Ruagh, ruagh, hace mucho frío aquí fuera. Por favor, ¿Puedo en entrar».

«¿De quién son esos rugidos que se oyen ahí fuera, en el frío?», preguntaron los amigos, que ya habían entrado en calor. «Soy yo, el León de Montaña, y tengo mucho frío». El Ratón de Campo, la Rana y el Búho gritaron: «¡No! Se está demasiado apretado aquí dentro. Apenas si podemos movernos. León de Montaña, eres demasiado grande. No podemos dejarte entrar».

El León de Montaña tenía mucho frío y empezó a rugir, a llorar y a tiritar. «Por favor, amigos – suplicó- , hacedme sitio. Hace tanto frío aquí fuera que se me están empezando a congelar las patas». Así que los amigos, que ya habían entrado en calor, se amontonaron y dijeron: «Sí, por supuesto, aquí siempre hay sitio para uno más». Así que el León de Montaña se arrastró hacia el interior. El guante cedía, ensanchándose. Al fin, el León de Montaña encontró su lugar en el interior del guante. El bonito guante peludo había cedido tanto que muchos de los diminutos abalorios se desprendieron del exterior, pero los amigos se hallaban cálidamente instalados dentro del ajustado espacio.

Justo en el momento en que se hallaban instalados en estrecha compañía dentro del guante, oyeron otra voz: «Chirp, chirp, hace mucho frío aquí fuera. Por favor, ¿puedo entrar?».

«¿De quién es esa voz chirriante que se oye fuera, en el frío?», preguntaron los amigos apretujados en el interior. «Soy yo, el Grillo y tengo mucho frío». El Ratón de Campo, la Rana, el Búho y el León de Montaña pensaron que, si el gran León de Montaña cabía dentro de ese bonito guante forrado de piel, se podían apretar un poco más para dejar entrar al pequeño Grillo. Así que respondieron: «Sí, por supuesto, aquí siempre hay sitio para uno más». El Ratón de Campo, la Rana, el Búho y el León de Montaña contuvieron el aliento para hacer sitio al Grillo.

El bonito guante forrado de piel se ensanchó  y se ensanchó. Esta vez, cedió tanto que los puntos que unían las costuras se soltaron, y el bonito guante forrado de piel estalló.

El Ratón de Campo, la Rana, el Búho y el León de Montaña salieron despedidos y cayeron sobre la fría nieve. Mientras habían estado dentro, el viento había parado de soplar y el sol ya salía tímidamente por entre las nubes. El Ratón de Campo, la Rana, el Búho y el León de Montaña sintieron la calidez del sol y se apresuraron a regresar a sus hogares en los grandes bosques.

Tan sólo el Grillo se quedó. Habiendo encontrado un trozo del bonito guante, con un diminuto y brillante abalorio que se había quedado pegado en el exterior, se dijo: «Esto me servirá de bonito y cálido hogar, para resguardarme del invierno hasta la llegada de la primavera». Y allí se quedó.

Un día, ya en la siguiente primavera, el niño estaba jugando en el sendero a lo largo del cual los árboles de hoja perenne llevaban hacia el interior de los grandes bosques, cuando encontró un fragmento de tejido de punto. Recordó su bonito guante peludo, con diminutos y brillantes abalorios pegados en le exterior. De hecho, había un diminuto y brillante abalorio pegado sobre el fragmento de tejido de punto. Cuando lo recogió, oyó una voz en el interior.

«Chirp, chirp, ¿quién está moviendo mi cálido hogar?».

«Soy yo, el niño que vive en la casita junto a los grandes bosques. ¿Cómo has llegado a tener por casa este trozo de tejido de punto?», preguntó el niño.

«Chirp, chirp, es una larga historia, chirp, chirp. Siéntate aquí sobre este montón de leña y déjame hablarte acerca del pasado invierno».

Entonces, el Grillo saltó sobre el hombro del niño y le contó la historia sobre cómo el bonito guante forrado con diminutos y brillantes abalorios pegados en el exterior se convirtió en su hogar durante el resto del invierno.

Moraleja: Siempre hay sitio para uno más en tu grupo.

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